Feliz.

Siempre estuve tras de ella. Como el cuento que dice que nuestro destino está escrito, yo ya estaba por ella antes de nacer. Lo que ocurre es que deje pasar el tiempo, mucho si lo pienso ahora… la dejé que viviera, a su manera, que fuera feliz. Lo fue. Mucho. A veces pienso que lo fue más que ahora, que la tengo en mi regazo. Y pienso que no hago lo suficiente para quererla, o que la quiero poco, o que ella se merece un hombre todavía más amoroso y detallista que yo. Puede ser.

El tiempo, ese traidor que corroe a todo lo que afecta. Ese traidor que nos hace pensar siempre que lo pasado es mejor. 

Somos unos mediocres. Me incluyo. Pensar que todo lo que nos queda por vivir es peor que lo ya vivido sólo nos condena a muerte. Es despreciar lo venidero, que es mucho y muy bueno.

Por eso la dejé vivir, dejé que se le pasaran casi cuarenta ańos de un plumazo para encontrarla. Dejé que fuera feliz. Dejé…. fui egoísta. Porque después me propuse  moldearla para mí. Que esperará sólo por mi. Que viviera para mí.

-Eres la persona más honesta que he conocido, con diferencia- me dice mientras me mira, sentada en el sofá del salón. Palabras que me hacen estremecer.

Porque me valoras. Porque me quieres. Por eso te quiero yo a ti. Porque no hay mayor amor que el que permite que su pareja sea feliz, con o sin ella.

Te quiero. Siempre. Te quise. Ayer.

Todo tuyo.

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